"En tu ausencia las paredes
se pintaran de tristeza,
y enjaularé mi cirazón
entre tus huesos."
Bendecida 2, Heroes del Silencio
Son muchas las situaciones que nos cambian, que nos
obligan a adaptarnos y mudar de aires para poder continuar y sobrevivir, pero
perder a alguien quizá sea una de las mayores tragedias que cualquiera de
nosotros pueda sufrir. La ausencia de un ser amado pesa tanto como la sonrisa
que nos disfraza cuando pretendemos que no nos afecta tanto; y es que el vacío
que nos deja obliga a la vida misma a rediseñarse para ocupar el espacio inerte
y doloroso de la inexistencia que nos acosa.
Mi copa
olía a vainilla, era un ron fino como los zapatos que recién había adquirido,
la canción llegaba a su fin, una “huaracha sabrosona” que como una enfermedad
me había invadido y hecho bailar contra mi voluntad, como quien tirita de
fiebre. Mi pareja volvía a su asiento al lado de un viejo amigo que a falta de
mejores planes en un sábado por la noche, no tuvo más opción que acompañarnos.
Era una boda nefasta de una
pareja de la que no recordaba ni sus nombres, no eran ellos quienes llamaban mi
atención, era mi amigo. Lo conozco desde aquellos años nostálgicos de nuestra
descarriada adolescencia temprana, pero jamás me tome el trabajo de observar su
conducta, y ahora con el pretexto de ser estudiante de psicología y tener
obligaciones escolares, lo convertí, sin detenerme a pensar en la ética, en mi
objeto de estudio.
Cuando
lo conocí él era un escuincle de clase alta y naturaleza agresiva pero tímida,
que decidió resolver la segunda condición con ayuda de fármacos ilegales. Su
adicción al “porro” y la “piedra” era solo superada por su agresión y afición
al box y peleas callejeras. Por un tiempo, mientras navegábamos las calles más
miserables de la ciudad de los palacios, acogimos una rutina en la que yo buscaba conflictos, derivados de insultos y
falsa bravuconería, que el resolvía a nudillo desnudo y pipa llena.
A pesar de ser compañeros de armas, él cada
vez se adentraba más en la porquería urbana de lo que yo jamás me atreví, ésto
lo llevo un par de veces al reformatorio y las funestas y nada populares
“granjas” del gobierno. Pero aunque lo que vivió no se experimenta ni en la
mismísima ciudad de Dite, lo que realmente sacudió su vida desde las raíces fue
conocer a S., una chica de labios gruesos y figura delicada, de la cual quedo
prensado como bebé al seno materno. De los dos se generó una relación enferma
de codependencia, en la que ambos compartían experiencia, personalidad y
fármacos.
Pero no fue la relación en
sí la que cambio su vida si no el ocaso de su caótico amor. Fue una tarde,
según recuerdo de primavera, en la que una dosis elevada de cocaína, LSD y
raticida (receta original de un narcotraficante del sur de la ciudad) dejo a
ambos en un estado que solo se me ocurre definir infantilmente como “zombificación”.
Ella fue ofrecida como tributo a la depravación de un guardia de seguridad de
un centro comercial, cliente frecuente del proveedor de ambos, y él fue botado,
como bolsa de basura, en alguna banqueta cercana a su casa. Así termino su
relación con S. de quien volvió a saber nada. Fue ésta pérdida la que lo llevo
a dejar las drogas.
Con este breve y amarillista
recuento de su pasado, construí un “perfil” de su conducta. Relacioné su
comportamiento reservado a la distorsión que sufrió su timidez a lo largo de su
vida; ahora ya no se sonroja cuando alguien lo aborda, pero responde lo mas
breve posible sin dar mas importancia ni a la persona, ni a la platica; jamás
habla de sus emociones o pensamientos y baila de manera discreta, no busca
llamar la atención. No ha tenido relaciones estables, ninguna (que yo sepa) ha
durado mas allá de los primeros tres encuentros sexuales, quizá esto derive de
su relación con S., de quien interpretó su “incidente” y desaparición como una
infidelidad; no suele confiar en las mujeres y cuando conoce a una siempre
comienza una serie de preguntas e inseguridad sobre lo que ella pueda pensar de
él.
Su agresividad se reprimió,
ya no busca dañar físicamente a las personas, después de tantas peleas, lesiones,
ojos morados y narices sangrantes, ahora se limita a criticar a aquellas
personas que le desagradan, parece cansado de buscar conflictos y peleas. Lo
que vivió repercute también en su estado de ánimo, que es muy voluble y tiene
repentinos brotes de ansiedad, la cual controla, según sé, con medicina. Sin
embargo lo que mas observo que cambio de aquel niño mimado y tímido es la
mirada, ya no veo inseguridad o miedo, mas bien parece frio y seco, sin mayor interés
en las cosas, como quien vive y punto.
Cuando terminé de estudiar
(vilmente, con alevosía y ventaja) a aquel viejo amigo, quien ignoraba por
completo mi oculto análisis en contra de su consentimiento, me di a la tarea de
buscar a alguien con expresiones y comportamiento similar y por lo menos
encontré a tres personas mas. Esto me llevó a reflexionar mas a fondo mi labor
de explicar como es que lo que hemos vivido cambia nuestra conducta y forma de
ser.
Al ver a por lo menos tres personas que no
expresaban ni felicidad ni tristeza, que parecían ignorar a quien se les
acercaba, que eran serios y callados, como quien medita algo importante y que
se rehusaban a formar parte de bailes que implicaban pasar al centro o seguir aquellas
coreografías de cajón, bailadas en grupo, solo puedo concluir que no hay manera
de definir realmente como te cambiará lo que vives. No podría decir que
aquellas personas que se comportaban similarmente a mi amigo, vivieron lo
mismo, seria imposible saberlo sin conocerlos y estúpido de mi parte concluir
cualquier cosa.
En psicología se nos enseña
(directa o indirectamente) primordialmente que lo único que existe en el
conocimiento que se nos transmite son teorías, ideas, posibles soluciones y
explicaciones, no reglas. Cada quien vive de diferente manera, cada quien
experimenta las emociones, las perdidas e incluso las adicciones de diferente
manera. Y aunque en algunos el dolor y su historia se puedan leer como las
letras que ahora escribo, en otros no necesariamente es así.
Nuestra conducta y personalidad dependen no
solo de las situaciones a las que nos enfrentamos, si no también de como las
enfrentamos y los valores que manejemos. Durante mi vida he observado a
personas que a pesar de su adicción se muestran como un bastión de madurez y
disciplina para controlar la acosante necesidad y a otros que muy posiblemente
mueran con aliento a fármacos. Los factores que moldean lo que somos son tantos
y tan diferentes en cada persona, que el psicólogo no solo debe saber esta y
aquella teoría, si no saber observar, escuchar y valorar la historia de quien
se acerca en busca de ayuda.
En conclusión y con algo de
nostalgia por lo recordado, puedo decir que el pasado de una persona no
necesariamente se refleja en su conducta, se debe saber más, no solo observar
es necesario para poder analizar, conocer y ayudar; se necesita involucrarse
mas.
Rogelio Bustamante
No hay comentarios:
Publicar un comentario