domingo, 2 de septiembre de 2012

¿Se ve en nuestra conducta y personalidad lo que hemos vivido?

"En tu ausencia las paredes
se pintaran de tristeza,
y enjaularé mi cirazón
entre tus huesos."
Bendecida 2, Heroes del Silencio
 
 
Son muchas las situaciones que nos cambian, que nos obligan a adaptarnos y mudar de aires para poder continuar y sobrevivir, pero perder a alguien quizá sea una de las mayores tragedias que cualquiera de nosotros pueda sufrir. La ausencia de un ser amado pesa tanto como la sonrisa que nos disfraza cuando pretendemos que no nos afecta tanto; y es que el vacío que nos deja obliga a la vida misma a rediseñarse para ocupar el espacio inerte y doloroso de la inexistencia que nos acosa.
            Mi copa olía a vainilla, era un ron fino como los zapatos que recién había adquirido, la canción llegaba a su fin, una “huaracha sabrosona” que como una enfermedad me había invadido y hecho bailar contra mi voluntad, como quien tirita de fiebre. Mi pareja volvía a su asiento al lado de un viejo amigo que a falta de mejores planes en un sábado por la noche, no tuvo más opción que acompañarnos.
Era una boda nefasta de una pareja de la que no recordaba ni sus nombres, no eran ellos quienes llamaban mi atención, era mi amigo. Lo conozco desde aquellos años nostálgicos de nuestra descarriada adolescencia temprana, pero jamás me tome el trabajo de observar su conducta, y ahora con el pretexto de ser estudiante de psicología y tener obligaciones escolares, lo convertí, sin detenerme a pensar en la ética, en mi objeto de estudio.
            Cuando lo conocí él era un escuincle de clase alta y naturaleza agresiva pero tímida, que decidió resolver la segunda condición con ayuda de fármacos ilegales. Su adicción al “porro” y la “piedra” era solo superada por su agresión y afición al box y peleas callejeras. Por un tiempo, mientras navegábamos las calles más miserables de la ciudad de los palacios, acogimos una rutina en la que  yo buscaba conflictos, derivados de insultos y falsa bravuconería, que el resolvía a nudillo desnudo y pipa llena.
 A pesar de ser compañeros de armas, él cada vez se adentraba más en la porquería urbana de lo que yo jamás me atreví, ésto lo llevo un par de veces al reformatorio y las funestas y nada populares “granjas” del gobierno. Pero aunque lo que vivió no se experimenta ni en la mismísima ciudad de Dite, lo que realmente sacudió su vida desde las raíces fue conocer a S., una chica de labios gruesos y figura delicada, de la cual quedo prensado como bebé al seno materno. De los dos se generó una relación enferma de codependencia, en la que ambos compartían experiencia, personalidad y fármacos.
 
Pero no fue la relación en sí la que cambio su vida si no el ocaso de su caótico amor. Fue una tarde, según recuerdo de primavera, en la que una dosis elevada de cocaína, LSD y raticida (receta original de un narcotraficante del sur de la ciudad) dejo a ambos en un estado que solo se me ocurre definir infantilmente como “zombificación”. Ella fue ofrecida como tributo a la depravación de un guardia de seguridad de un centro comercial, cliente frecuente del proveedor de ambos, y él fue botado, como bolsa de basura, en alguna banqueta cercana a su casa. Así termino su relación con S. de quien volvió a saber nada. Fue ésta pérdida la que lo llevo a dejar las drogas.
Con este breve y amarillista recuento de su pasado, construí un “perfil” de su conducta. Relacioné su comportamiento reservado a la distorsión que sufrió su timidez a lo largo de su vida; ahora ya no se sonroja cuando alguien lo aborda, pero responde lo mas breve posible sin dar mas importancia ni a la persona, ni a la platica; jamás habla de sus emociones o pensamientos y baila de manera discreta, no busca llamar la atención. No ha tenido relaciones estables, ninguna (que yo sepa) ha durado mas allá de los primeros tres encuentros sexuales, quizá esto derive de su relación con S., de quien interpretó su “incidente” y desaparición como una infidelidad; no suele confiar en las mujeres y cuando conoce a una siempre comienza una serie de preguntas e inseguridad sobre lo que ella pueda pensar de él.
Su agresividad se reprimió, ya no busca dañar físicamente a las personas, después de tantas peleas, lesiones, ojos morados y narices sangrantes, ahora se limita a criticar a aquellas personas que le desagradan, parece cansado de buscar conflictos y peleas. Lo que vivió repercute también en su estado de ánimo, que es muy voluble y tiene repentinos brotes de ansiedad, la cual controla, según sé, con medicina. Sin embargo lo que mas observo que cambio de aquel niño mimado y tímido es la mirada, ya no veo inseguridad o miedo, mas bien parece frio y seco, sin mayor interés en las cosas, como quien vive y punto.
Cuando terminé de estudiar (vilmente, con alevosía y ventaja) a aquel viejo amigo, quien ignoraba por completo mi oculto análisis en contra de su consentimiento, me di a la tarea de buscar a alguien con expresiones y comportamiento similar y por lo menos encontré a tres personas mas. Esto me llevó a reflexionar mas a fondo mi labor de explicar como es que lo que hemos vivido cambia nuestra conducta y forma de ser.
 Al ver a por lo menos tres personas que no expresaban ni felicidad ni tristeza, que parecían ignorar a quien se les acercaba, que eran serios y callados, como quien medita algo importante y que se rehusaban a formar parte de bailes que implicaban pasar al centro o seguir aquellas coreografías de cajón, bailadas en grupo, solo puedo concluir que no hay manera de definir realmente como te cambiará lo que vives. No podría decir que aquellas personas que se comportaban similarmente a mi amigo, vivieron lo mismo, seria imposible saberlo sin conocerlos y estúpido de mi parte concluir cualquier cosa.
En psicología se nos enseña (directa o indirectamente) primordialmente que lo único que existe en el conocimiento que se nos transmite son teorías, ideas, posibles soluciones y explicaciones, no reglas. Cada quien vive de diferente manera, cada quien experimenta las emociones, las perdidas e incluso las adicciones de diferente manera. Y aunque en algunos el dolor y su historia se puedan leer como las letras que ahora escribo, en otros no necesariamente es así.
 
 Nuestra conducta y personalidad dependen no solo de las situaciones a las que nos enfrentamos, si no también de como las enfrentamos y los valores que manejemos. Durante mi vida he observado a personas que a pesar de su adicción se muestran como un bastión de madurez y disciplina para controlar la acosante necesidad y a otros que muy posiblemente mueran con aliento a fármacos. Los factores que moldean lo que somos son tantos y tan diferentes en cada persona, que el psicólogo no solo debe saber esta y aquella teoría, si no saber observar, escuchar y valorar la historia de quien se acerca en busca de ayuda.
En conclusión y con algo de nostalgia por lo recordado, puedo decir que el pasado de una persona no necesariamente se refleja en su conducta, se debe saber más, no solo observar es necesario para poder analizar, conocer y ayudar; se necesita involucrarse mas.
 Rogelio Bustamante
 
 
 
 


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